domingo, 7 de septiembre de 2008

Hola, señor de la empresa. ¿Habla inglés?

Fecha: 03/09/2008

Duermo unas pocas horas antes de que el despertador me avise de que toca desayunar. No puedo comer nada, pero me obligo a tomar algo y al final entran dos tazones de leche con cereales. Nos encaminamos al centro cargados con nuestro equipaje de mano, aunque el mío apenas merece tal nombre: un saco lleno hasta los topes, los trajes en una bolsa, el ordenador portátil... Iba doblado, pero me daba igual: luego me alegraría de llevar tantas cosas. Cuando llegamos al centro, una gran alegría: internet para todos. Mando algún correo, pero hay tanto que hacer y que hablar que no me da tiempo a más. Salimos a comprar algo para comer y apenas nos da tiempo a terminar cuando vienen los de las empresas para llevarnos a nuestros dormitorios. Mi guía es un buen tipo, aunque algo parco en palabras. Aún así, le pregunto por todo: cómo funciona el tren (no me lo sabe explicar), cuáles son las condiciones de la residencia (hay mucho que no sabe), cómo puedo tener internet (no tiene ni idea). Al final le pregunto por la compañía, a ver si le saco algo, y ni por esas: me dice unas pocas cosas y se vuelve a quedar callado. Pues se va a enterar: cuando llegamos a la estación de Kasukabe (la más cercana a mi residencia, y a hora y media del centro de Tokyo) le ametrallo con preguntas sobre los billetes, sobre cómo ahorrarme dinero en ellos, sobre el camino, sobre las bicis, sobre todo lo que se me ocurre. La conversación me reveló algo que luego se cumpliría con todos los japoneses que me encontraría: son tontos. Salvo excepciones, son muy tontos. Sólo conocen lo que necesitan para vivir, no tienen curiosidad, ni picaresca, ni nada. Si sólo fueran un poco curiosos, y si lo juntáramos con lo solícitos (para los de la ESO: deseosos de ayudar) que son, serían los anfitriones ideales, pero no: los sacas de la línea de metro que cogen todos los días y no saben nada. Si les preguntas por una tienda que no suelen visitar, aunque pasen por delante todos los días, no la conocen: siempre van mirando al suelo. En fin, llegamos al dormitorio (que es sólo para trabajadores de Sanyo) y me presentan a Kurihara, el manager. Es el típico japonés, viejo, medio calvo, con su barbita blanca que le sale de la barbilla, y muy amable. Me enseña toda la residencia (en japonés, me entero de poquito), incluido un anexo en el que hay que tirar la basura (por separado: papel, plástico, latas y orgánicos). Tomo nota de tirar papel a menudo para ver si puedo conseguir algo de manga gratis. También me dice que le ayude a meter un pequeño frigorífico en mi habitación. Es decentilla: pequeña, pero suficiente, con mucho armario, un colchón bueno, una ducha... pero todo es extraordinariamente viejo: el aparato de aire acondicionado, el frigo, la instalación de la ducha... Luego me enteraría de que Sanyo es de las empresas más tradicionales de Japón, lo que explica esto en parte. Deshago el poco equipaje que traigo, pongo las cosas a mi gusto, y estudio el mando del aire acondicionado con un libro de japonés delante, porque hace un calor espantoso y da la impresión del que el aparato da más calor. En efecto, al cabo de un rato descubro que estaba puesto en "calefacción". Con todo en orden, salgo hacia Akihabara, donde he quedado con unos amigos. Nos damos una vuelta por allí, se me hace la boca agua con tanta electrónica y frikismo juntos, y prometo volver pronto, porque mis compañeros estaban más interesados en móviles que en otra cosa. Cenamos (yo poco, porque sigo con el estómago revuelto) y nos vamos a casa. Un día completito, pero echo de menos dos cosas: sigo sin equipaje y sin internet. Ah, y una almohada: la que tengo está rellena de una especie de macarrones de plástico, y no hay quien duerma así. Me he improvisado una con una manta, y no está mal.

Humor: Indescriptible. Serie: McGyver.

2 comentarios:

Esteban dijo...

Estaba pensando en la descripción de ese tal kurihara y se me viene a la cabeza el jefe de la sección 9 de ghost in the shell.

José Antonio dijo...

Sabía que alguien diría eso. Jeje.