sábado, 9 de mayo de 2009

Ya es primavera...

Esta semana pasada ha sido la Semana Dorada en Japón, lo más parecido que tienen los millones de adictos al trabajo de por aquí a unas vacaciones. De entre los japoneses a los que he preguntado, ninguno ha hecho nada especial. De entre los Vulcanus, algunos se han ido a Australia, otros a Korea, otros a sus respectivos países... y otros, como el que suscri, se han quedado en Japón, viajando y viendo cosas nuevas. Personalmente, me organicé un viajecito corto, de un par de días, a Hiroshima y alrededores, y usé el resto de los días para ver zonas cercanas a Osaka, sobre todo Kyoto y Nara. Comentar toda esta semana en un post es excesivo, incuso para mi habitual verborrea, así que voy a comenzar con el principio del viaje, y ya iré completando.

Para llegarme a Hiroshima cogí el 123bus, un servicio de autobuses baratos que tiene algunos nocturnos. El único problema es que tienen por norma avisar por megafonía cuando se hace una parada, y como las normas están para cumplirlas, hacen eso incluso de noche. ¿Sabéis la gracia que hace a las 4 de la mañana que te enciendan las luces y te griten que, si quieres bajar a comer o a ir al aseo, eres libre de hacerlo? En fin, durmiendo lo posible, llegué a Hiroshima, donde apenas estuve nada de rato, porque la primera parada era Miyajima, una islita a media hora de distancia.


Miyajima es famosa porque cuenta con una de las 3 vistas más famosas de Japón. Sí, hay una lista de las 3 vistas más famosas de Japón. Y con los 3 jardines más famosos. Y con los 3 castillos, montañas, Budas, festivales, templos... A esta gente les encantan las listas. En fin, de esas tres vistas, una de ellas era el puente en el cielo de Amanohashidate, que ya os enseñé. La segunda es el torii flotante.


La verdad es que es bastante impresionante, y sorprendentemente poco visitado, al menos cuando yo estuve allí. El torii está delante del templo Itsukushima, costero y casi al aire libre, pero la ciudad no tiene sólo el templo. Detrás del templo hay una montaña con algunos templos más, para ver los cuales hay que tener bastante buenas piernas. Me subí la montaña entera (hay una parte que se hace con teleférico) y me pateé gran parte de la zona superior, donde no se puede dar un paso sin subir o bajar escaleras. Acabé reventado, pero mereció la pena.







Tras volver a Hiroshima, registrarme en el hotel y zamparme un okonomiyaki típico de la zona, alquilé una bici en el mismo hotel y me puse a dar vueltas por la ciudad. El primer objetivo era el parque de la paz, con la cúpula que queda como recordatorio de la bomba atómica y el museo de la paz. La verdad es que en toda esta zona de Japón se pueden encontrar referencias a la paz, lo cual, tras lo que pasó en la segunda guerra, es comprensible.


También visité el castillo de Hiroshima. Uno más, pero es que me gustan.


Y aquí tenemos el gran golpe de suerte del viaje. Resulta que, sin comerlo ni beberlo, me encontré en medio de un festival dedicado a la paz, que duraba 3 días. No tenía ni idea de que estaba ese festival, ni de cuándo era, ni de qué trataba, pero llegué en el momento justo para disfrutarlo. Fijaos qué cosas tan chulas.





Humor: asombrado. Una pregunta: ¿Por qué a los japoneses no les gustarán las vacaciones?

1 comentario:

Miriam dijo...

¡Hiroshima, madre mia! Menos mal que hace ya mucho de la tragedia...

Así que una semanita de turismo por Japón... menuda vidorra haces!

Un abrazo ;**